sábado, 27 de abril de 2013

Pájaro-roca.

(Ilustración de Jiri Kolar : Birds)

El agua fluye desde el grito
espasmo o corriente de sangre
que alimenta los ojos vivos
fuego
y pestañas de umbría.
Me quemo como el papel
mientras aúlla la espina del deseo dormido
y el incendio es agua:
ronquido exacto perdido
restallido en el pecho
del pájaro que acuna la roca.
La sangre es su nuevo hogar
y el líquido siempre apacigua
a la madre Tierra,
incluso si el lenguaje ya mudo
del pájaro-roca
da indicios
de un próximo desastre.
Incluso si su diminuta garganta
canta a la tragedia
y sus largas patas como largas llamas
abrasan el umbral tierra-cielo.
El agua siempre deconstruye el espanto.

viernes, 19 de abril de 2013

Más sangre para frenar el deshielo.

(Ilustración de Sanja Iveković)

Vuelco la sangre sobre las antenas de las hormigas
y jamás se mueren.
Fracturo el pájaro de hielo
y se mudan las hojas
y la sombra del invierno respira
y se compadece.

Soy un pensamiento frío:
la esterilidad de una boca
espantada
enferma
intensa.
Percibo la sangre
como la solución
para saberme fuera del nido
y no ser el centro del deshielo
ni un recital de heridas inciertas.
Y, sobre todo,
para
jamás
terminar de romperme.

miércoles, 17 de abril de 2013

Diecisiete veces diecisiete.

(Ilustración de les brumes : page 392)

 Mi alucinación
-flotante animal del tiempo-
gritó lenguas y estallidos.
Tal vez los labios dormían dementes
o incluso también nosotros mismos
pero las pieles
iluminadas como ángeles mojados
mantenían los cuerpos
en un célebre y cotidiano contacto
puerta de los sueños
al crepitar de la noche.

Estábamos en una habitación,
no recuerdo cuál ni dónde,
sólo los orgasmos de la boca de las paredes
escondidos entre recuerdos
y lágrimas de piel.
Recuerdo el colchón
vibrante y sucio
de instantes
y cómo ante la curiosidad de las arterias
bailábamos un número impar
diecisiete veces.

Traspasábamos el umbral
de la cordura consciente
y siempre
dábamos vuelta al colchón
antes del cambio del cielo.
Dentro de nosotros,
el umbral deshecho y haraposo
nos bebía la desnudez
y yo
sólo un segundo
me escabullía de su adictivo traqueteo
en un viaje de ida y vuelta
al corazón de la locura
diecisiete veces.

Fue una dosis de delirio
testigo del diluvio de sentimientos
ingrávidos en lo oscuro
de todas las habitaciones
en las que conjuramos un sueño
abrazado al diecisiete
diecisiete veces.

Fuimos flotantes animales del tiempo.
A veces en secreto.

(Para M.)