Llegamos a la encrucijada de caminos. No era ni la primera ni la segunda vez que vislumbrábamos ese lugar, pero sí la primera que me percataba de él y de sus potenciales circunstancias. Tú decidiste avanzar sin pensarlo mucho, te agarraste a la primera liana que había y saltaste de una a otra sin preocupaciones, sólo centrándote en vivir el momento. Yo me quedé rezagada como de costumbre, mientras te veía disfrutar. Quería ir contigo, quería salir de esta puta parálisis, quería elevarme, sentir el aquí y el ahora... pero no podía, mis piernas no respondían por culpa de mi inactivo cerebro. Rápidamente tú te percatabas de que estaba ahí quieta y regresabas a por mí, pero yo no quería que lo hicieras. Mi última intención era ralentizarte, impedirte avanzar, pero tú seguías retrocediendo en mi búsqueda. Veía en tus ojos lo mucho que yo te importaba y no podía sentirme peor. Tú querías rescatarme. Querías ayudarme. Querías que fuera feliz. Y yo, y yo... yo no quería decirte que no podía ir contigo, no me atrevía a estropearte el momento e intentaba acompañarte, pero fallaba en el intento y te hacía quedarte allí conmigo a pesar de que no quería, no quería por nada del mundo ser una carga para ti y mi interior se derrumbaba lentamente. A la vez, quería que estuvieras conmigo, que me comprendieras y que no me dejaras sola, necesitaba de ti. Te necesitaba. El problema es que se me venía todo a la vez y mi quietud y mis no puedos crecían exponencialmente. Ahora ni siquiera era capaz de decidir qué era lo que necesitaba. Todos era tan opuesto y tan poco claro que....

Sepultada por el miedo y bipolar por tanta emoción contrapuesta que se superpone. Llevo así días y no sé qué hacer. No sé cuándo terminará esta tumultuosa época, bueno, ni siquiera sé si terminará algún día. No sé nada ahora mismo. Sólo quiero esconderme y que pare el estruendo de ahí fuera. Debo pensar claramente de nuevo. Necesito saltar a esa liana. No quiero decepcionarte. No quiero decepcionarme.